Mujo (無常) – Impermanencia
Todo cambia. Todo pasa. Todo se transforma.
La belleza del cerezo está en su brevedad.
El silencio del jardín cambia según la hora.
Tu sombra no es la misma a la mañana que a la tarde.
Vos tampoco.
Mujo no es una pérdida: es una forma de ver.
De agradecer lo que está ahora.
De soltar sin miedo.
De honrar lo que se va, sabiendo que nunca se fue en vano.
No hay nada que detener.
Lo que amás se irá.
Lo que sos ya no será igual mañana.
Y, sin embargo, en esa fragilidad está el secreto.
La belleza no está en retener,
sino en presenciar.
Vivir Mujo es dejar de pelear con el río.
Es dejar de congelar la foto perfecta.
Es sentarse en silencio
y mirar cómo la hoja cae.
Y decir: gracias.
✦ Contemplación: “Ver lo que cambia”
Durante el día, elegí un objeto, lugar o rincón.
Volvé a mirarlo tres veces: a la mañana, a la tarde y a la noche.
Anotá o grabá las diferencias:
¿Cómo cambió la luz?
¿Cómo cambió tu percepción?
¿Qué te revela eso sobre vos?
Todo está en movimiento. Incluso lo que parece fijo.
✦ Fotográfico: “Capturar lo efímero”
Sacá una sola foto de algo que sabés que pronto cambiará:
Una flor
Una sombra fugaz
Una mirada que pasa
Una nube que se disuelve
Aprendemos a ver lo que termina y lo que empieza.
✦ Espontánea
“Guardá algo, sabiendo que no es para siempre”
Puede ser una hoja, una palabra, un aroma.
Ponelo en un bolsillo o en un cuaderno.
Reconocé su transitoriedad.
Honrá su presencia breve.
¿Qué te enseñó?
✦ Bitácora de integración
¿Pude soltar algo que estaba aferrando?
¿Qué resistencias sentí hoy al cambio?
¿Qué parte de mí está cambiando sin que me dé cuenta?
Escribí. Sin juzgar, sin corregir. Solo dejar que fluya.
Cae la hoja,
nadie intenta detenerla.
Eso es libertad.
Ken Domon
Maestro de la fotografía documental japonesa. Captó la esencia efímera de templos, niños, ruinas y expresiones humanas con una dignidad silenciosa.
Su obra vibra en la aceptación del cambio y la fragilidad del instante.
La belleza de lo que no permanece
En un pequeño pueblo al pie del monte Yoshino, famoso por sus cerezos milenarios, vivía una mujer llamada Hana. Cada año, durante la primavera, Hana se encargaba de guiar a los visitantes por los senderos floridos que serpenteaban la montaña. Era una figura conocida: caminaba con un bastón de bambú y una sonrisa serena, hablando poco, pero mirando con intensidad.
Muchos pensaban que había nacido allí, pero pocos conocían su historia.
Hana había llegado a Yoshino después de una gran pérdida. Su marido, un fotógrafo con el que había recorrido medio mundo, había muerto repentinamente una tarde de abril, justo cuando los cerezos estaban en flor. Él solía decir:
—“Todo lo que vale la pena recordar… dura apenas un instante”.
Después de su muerte, Hana no pudo volver a Tokio. Los lugares compartidos la asfixiaban. Entonces subió al monte Yoshino y se quedó. Al principio solo caminaba. No hablaba con nadie. Solo observaba los árboles, las ramas, el ritmo del florecer y del caer.
Y fue allí, en el silencio repetido de las estaciones, donde comenzó a comprender el mujō. Que la belleza está hecha de despedidas. Que nada dura. Y que eso, lejos de ser una tragedia, es lo que lo vuelve sagrado.
Con los años, empezó a hablar con los viajeros. No como guía turística, sino como quien comparte un secreto que no puede decirse con palabras.
—“No intenten atrapar nada —les decía—. Caminen como si todo esto fuera un sueño. Y agradezcan que, aunque sea por un momento, fue real”.
Un día, durante el pico de la floración, una niña se le acercó.
—¿Por qué las flores se caen tan rápido?
Hana se agachó y tomó un pétalo del suelo.
—Porque si se quedaran para siempre, nadie las miraría.
Esa noche, sentada frente a su vieja casa de madera, Hana observó cómo el viento barría los últimos pétalos. Sintió una punzada en el pecho, la misma de cada año. Pero ya no dolía. Era como un recordatorio suave: todo lo amado se va. Y todo lo amado deja una forma distinta de amor en su lugar.
Esa fue su última primavera en Yoshino. Nadie supo adónde se fue. Solo encontraron, colgado en la entrada de su casa, un cartel escrito a mano que decía:
"Gracias por venir.
La flor cayó, pero el árbol sigue aquí."